
A lo largo de los últimos siete años, Alejandro González Iñárritu ha estado caminado entre los fantasmas de su opera prima, Amores Perros. Sin embargo, parece no haberlo hecho movido por la nostalgia, sino impulsado por la curiosidad.
Hoy, en el marco del vigésimo quinto aniversario de la película que marcó un antes y un después en la historia de la cinematografía mexicana, presenta el resultado de aquel viaje al pasado, bajo el nombre de “Sueño Perro”.
No, no se trata de una secuela o una precuela del filme protagonizado por Gael García. Ese no es del estilo ni del gusto del director ganador del Oscar. Se trata de algo completamente diferente: una instalación artística multisensorial que si bien recupera imágenes del largometraje, se deslinda de éste con mucha autoridad. Y se sostiene por sí sola.
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El origen de Sueño Perro
“Sueño Perro no es Amores Perros —explicó—. Es una instalación artística derivada, pero que se sostiene por sí misma. Se libera de la película”.
La génesis del proyecto fue tan accidental como inevitable. En 2018, Alejandro González Iñárritu fue notificado de que las latas con el material sobrante de Amores Perros seguían intactas.
Entre esos rollos había más de 985 mil pies de película, mientras que la versión final usó solo 16 mil. Lo demás —esas horas de imágenes descartadas— se había mantenido protegido por pura coincidencia. Para Iñárritu, ese hallazgo se convirtió en una pregunta: ¿qué hay ahí?

Revisar el archivo fue enfrentarse a su propio proceso. “Es ropa sucia”, dijo. Lo que nunca se enseña: las tomas fallidas, los intentos, los errores que iban a salir a la luz, por primera vez.
La instalación más allá de Amores Perros
No obstante, Sueño Perro tampoco es el detrás de cámaras de Amores Perros. Iñárritu revisó y trabajó ese material con otra mirada, sin la necesidad de subordinarlo a la narrativa que lo había definido en el año 2000.
En ese proceso, descubrió que el material “muerto” podía renacer. Y que él, como un Frankenstein podía volver a unir los fragmentos descartados alguna vez para darle vida a una nueva obra, con una esencia propia.
Amores Perros se estrenó hace 25 años, y aunque su fuerza visual y su estructura narrativa marcaron una generación, Sueño Perro no busca recordarla.
“No me interesaba la historia (de Amores Perros), la historia ya se contó, me interesaba que todo esto que estaba desmembrado tuviera otro sentido. La narrativa creo que se ha convertido en una dictadura a la que estamos muy atados, de pronto creo que la observación de las cosas debe tener otro sentido. La narrativa, el contar una historia nos condiciona a hacer las cosas y observar las cosas al servicio de algo, intelectualizado y premeditado y cuando liberas eso, los materiales, aprendí claramente, pueden tomar una nueva función o un nuevo significado”.

Tampoco quería mostrar los objetos de la película, el coche siniestrado o los zapatos de los personajes. “Eso es como tener una mariposa hermosa, pero que ya no vuela. Lo que quise fue darle una nueva vida a lo que no salió en la pantalla”.
El director reconoce que Sueño Perro nació en realidad de la curiosidad, sin saber si funcionaría y se convirtió en un experimento multisensorial, muy distinto a lo que había hecho.
Mientras editaba su más reciente película, revisaba también este material. El contraste, dice, fue liberador. “De pronto estaba con Tom Cruise y luego con Gael”, contó con humor. “Fue refrescante.”
Homenaje de Inárritu al cine
Ese diálogo entre pasado y presente también resultó un homenaje a los orígenes del séptimo arte y las grabaciones en 35 milímetros, con la instalación de esos icónicos y gigantescos proyectores restaurados que él considera “linternas mágicas” y que hacen la función de centinelas de la imagen.
Igualmente, hay una afirmación de un lenguaje que, en tiempos de lo digital, mantiene su poder físico y táctil.
Iñárritu encontró un sentido de continuidad que no depende de la historia, sino de la experiencia sensorial: el grano del celuloide, la textura del sonido, el espacio oscuro donde la luz revive.
La instalación, por tanto, no solo revisita Amores Perros, sino que se convierte en un espacio de reflexión sobre cómo nos relacionamos con las imágenes hoy en día.
La yuxtaposición, la duración, el silencio, la textura del celuloide: todo apunta a recuperar un sentido que la sobreproducción visual nos ha arrebatado.

“Una imagen sola no dice nada. El cine surge cuando yuxtapones imágenes, cuando el tiempo y el espacio se encuentran”, dice. Y al remover las reglas de la narrativa, el espectador se enfrenta a un diálogo diferente: entre la percepción y la emoción, entre lo que se ve y lo que se siente.
En Sueño Perro, los rostros de Gael García Bernal, Emilio Echevarría y otros actores reaparecen en tomas que antes duraban segundos y ahora se extienden, liberadas del montaje original. Es una invitación a mirar sin juzgar, a sentir sin imponer significado, a experimentar la imagen como algo vivo, capaz de resonar más allá de la historia que alguna vez la contenía.
Aunque el proyecto se presentó en el contexto de los 25 años de Amores Perros y ha viajado a distintos espacios de exhibición internacional, su relevancia no depende del aniversario.
Funciona como un comentario atemporal sobre nuestra relación con la imagen, la saturación tecnológica y la cultura fragmentada. Es un recordatorio de que, incluso en medio de la sobreexposición, las imágenes pueden renacer, siempre que alguien se atreva a mirarlas con otros sentidos, con paciencia, y sin la necesidad de que nos digan qué pensar.
Cuándo y dónde ver Sueño Perro y Amores Perros
Presentada por Fondazione Prada, la instalación “Sueño Perro”, que se presenta en el marco del 25 aniversario de la película Amores Perros, se presentará hasta el próximo 4 de enero de 2026 en LagoAlgo, Ciudad de México, antes de visitar Los Ángeles e incluso llegar a Francia.
Le acompañará, a partir del 9 de octubre el reestreno o la proyección del filme remasterizado y remezclado en las salas de cine del país.
Así, entre sombras y proyecciones, Sueño Perro no busca respuestas. Propone, más bien, una forma de mirar distinta. Una invitación a dejar que el tiempo —esa sustancia invisible que el cine captura— vuelva a respirar.