“Estamos pasando por un momento de Barroquismo supremo y de aceleración en el arte”: David Rodríguez Caballero
Fotos por James Rajotte

Por Carmen Reviriego, presidenta de Fundación Callia, que otorga los Premios Internacionales de Mecenazgo.

En una ocasión le encargaron una escultura de siete metros de altura que hubo que meter en la casa antes de que se terminara el edificio. Pero para David Rodríguez Caballero las cosas empiezan en el papel para pasar a la maqueta antes de llegar al metal y, aunque ha probado a trabajar en digital, lo suyo tiene mucho de tacto.

Cuando Alcaraz gana por primera vez en 2022 el Mutua Madrid Open, tras derrotar a Zverev, el trofeo que levanta tiene nombre propio: “Areté”, y su autor, David Rodríguez Caballero, hará una nueva versión cada año uniendo arte y deporte.

¿Qué tienen en común? “La insatisfacción permanente”. Nacido en 1970 en Pamplona, Rodríguez Caballero, logra su primera individual con 24 años y en 2006, entra con “Obra Reciente” en la Marlborough de Madrid, que llevaría a Malborough New York en 2014.

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¿Cómo se llega al arte?

Desde muy pequeño mi madre me orientó hacia las artes plásticas. Creo que fue su gran pasión y que, de alguna manera, volcó en mí ese anhelo al que no se pudo dedicar y creó así un espacio en el que yo pude desarrollarme… las academias, Bellas Artes en Bilbao a los 18 años y por fin la especialidad en pintura en la universidad de Hertogenbosch, en Holanda.

¿Y cómo se va del arte, de la formación, al artista que vive de su trabajo?

Ahí empieza lo duro, porque cuando acabas la universidad no tienes ningún tipo de herramientas para saber cómo se hace y cómo crece un artista, qué pasos hay que seguir desde el punto de vista de la gestión y de la creación de una estructura profesional.

¿Y eso cómo lo aprendiste?

Poco a poco, con mucho tesón y no pocos sacrificios. Desarrollaba mi obra, al mismo tiempo que aprendía cómo era la gestión de un artista. Y tuve suerte, porque mi trabajo encontró una importante aceptación pronto y eso me permitió crecer rápido.

¿Y en algún momento dudaste?

Tengo que decir que, desde joven, nunca contemplé otra opción que dedicarme a hacer Arte.

¿Qué te da la escultura que no te da otro soporte?

Déjame aclarar primero que mi llegada a la escultura se da desde la pintura —por la elección de los materiales—, y no de forma independiente. Al acabar la carrera me fui dos años a Nueva York y fue allí donde experimenté un flechazo con los metales y los plexis que incorporé de inmediato a mi trabajo pictórico.

Me convertí en un pintor que utilizaba materia- les que no venían de la práctica pictórica, que estaban más bien adscritos a la tradición de la escultura.

Pero seguías siendo pintor…

Mi óptica era totalmente la de un pintor, una visión retiniana, pero en el proceso de exploración del material y, sobre todo, con la incorporación del pliegue, la tridimensionalidad comenzó a estar presente.

Primero con la construcción de relieves que más tarde fueron pasando a esculturas de pared, hasta alcanzar, más tarde ya, la condición de esculturas exentas.

¿Qué piensas que te da la escultura?

Rotundidad. Me permite trabajar en una doble dimensión, con una escala íntima y a la vez monumental.

Y esas esculturas, ¿cómo llegan a existir?

Durante todo mi proceso de trabajo utilizo el papel. Primero en el dibujo automático que me permite, a través de la insistencia, acercarme a una idea. Pero también son importantes las maquetas que realizó en papel y los dibujos en los que concreto las soluciones y defino la formalización de la pieza en metal.

Es un proceso que me permite tener un espacio de “pelea creativa” conmigo mismo. Una vez concluido este paso, me sumerjo en un estado de construcción.

Una obra de arte es en definitiva una conversación de una intimidad —la del artista — con otra intimidad —la de quien contempla la creación—.

Una obra de arte es un conjunto de pulsiones, combinadas con ideas y conceptos, organizados y traducidos a un lenguaje plástico personal que genera una especie de poemario que tiene un sentido, y que llega al otro que lo digiere y lo hace suyo. A partir de ahí la obra ya no pertenece al artista y comienza su propio viaje, un viaje incontrolable para el creador.

¿De qué dirías que hablas con tu obra?

Con mi trabajo hablo de la fortaleza que tiene la fragilidad. De la transformación permanente de la realidad. De una especie de recorrido tridimensional que podríamos comparar con el funcionamiento de un hipertexto.

¿La belleza es importante en tu obra?

Creo firmemente en la belleza como una necesidad. Por eso la defiendo en mi trabajo como un elemento de comunicación que me permite conectar con el otro desde un primer momento.

La belleza implica un nexo de empatía y aceptación que, para mí, es fundamental antes de entrar en los siguientes niveles de descodificación de una obra de Arte.

¿Y cómo es de importante la belleza en el mundo que vivimos hoy en día?

Creo que fue Dostoyevski quien, en su libro El idiota, afirmó que: “La belleza salvará el mundo”. Estamos en un momento de desconexión emocional y mental muy peligroso, que nos hace vulnerables y nos polariza. Un instante crítico, en el que cobra un valor especial la belleza que genera consensos y unifica a las audiencias.

La estética oriental y, especialmente, creo, el origami japonés… ¿Cómo dialogan con tu trabajo?

Siempre me he sentido muy atraído por la cultura asiática, especialmente por la japonesa. Comencé en mi juventud con la literatura de los años 50, 60, 70 y autores como Mishima, Öe, Tanizaki o Kawabata. Me fascinaba el poder descriptivo de estos escritores y su habilidad para introducir la belleza en sus textos sin perder la fuerza de los mensajes.

Y lo mismo me sucedió con las practicas visuales japonesas, especialmente con la del plegado, los origamis. Ese fue mi arranque y mi “apropiación” de esta cultura que me ha permitido desarrollar mi obra y convertirme en escultor.

¿Hubo también un proceso en esta “apropiación”?

Empecé haciendo origamis abstractos y geométricos con papeles vegetales de alto gramaje que me permitían capturar la luz que absorbían los pliegues del papel. Más tarde, trasladé esta técnica a los metales, y desarrollé el elemento tridimensional y eso, a su vez, me llevó a dejar de pensar como un pintor. La concreción y la exactitud en la estética japonesa han sido una influencia muy importante en las diferentes etapas de mi trabajo.

¿Tienes algún vínculo personal o emocional con un país concreto?

Si no sonase esotérico, diría que mi alma viene de Japón, de vidas anteriores… Desde una edad muy temprana siempre he sentido una conexión muy fuerte con las culturas asiáticas, su estilo de vida, su concepción del mundo… con las estéticas y otros elementos de su universo.

Hay pocas materias que se hayan estudiado tanto como la creatividad. Se dice que no es muy distinta en un artista, un científico o un empresario.

La creatividad es un misterio. O, diría que tiene un componente misterioso en tanto que no es controlable. Aparece y desaparece a su antojo y es difícil de comprender. Para ser eficiente, ese impulso creativo necesita de la praxis, la constancia, el aprendizaje y el control de las técnicas… entre otras cosas.

Comparto la opinión de que la creatividad de un artista no dista mucho de la de otros profesionales tan diversos como puedan serlo los científicos o deportistas.

La inspiración

Mi proceso creativo surge por estar en alerta, permanentemente, desde la curiosidad y la predisposición a hacer algo con esa curiosidad. Mis inspiraciones principales son el jazz, el paisaje, la literatura japonesa, el arte primitivo y la arquitectura… Y disciplina y constancia.

La luz es un elemento clave en tus esculturas…

La luz, junto con el plegado, es un elemento troncal en mi trabajo. Elijo los tipos de aleación del metal para cada obra en función de su relación con la luz y de su impacto en los planos y volúmenes de la pieza. Es una búsqueda por la luminosidad de la superficie, la luminosidad que sale desde dentro.

A su vez, la luz que se proyecta, la del día o la del foco, penetra en estas superficies —en sus campos de rayado— y entonces se refleja tanto como reflexión o refracción, como desde el interior, desde la propia materia.

Mi escultura atrapa la luz, no sólo como simple lugar poético, sino también como construcción. Mi búsqueda es la de la luminosidad. Sea rayando el material, sea doblando su superficie, o dándole color en sus ángulos. Las marcas son siempre las mismas, pero fluyen cada vez de un modo diferente ante nuestra mirada.

El arte es hijo de su tiempo y madre de sus sentimientos como decía Kandinsky en su libro De lo espiritual en el arte. Estamos en un tiempo muy ecléctico y narcisista, donde el artista ha conseguido un estatus de estrella y celebrity en la sociedad.

Este tiempo se compone de ciclos muy cortos y efímeros, que parecen descartar lo anterior como si todo dejara de servir y tener sentido inmediatamente.

Mi impresión es que casi todo cae en el olvido y deja de ser útil de un día para otro. Estamos pasando por un momento de barroquismo supremo y de aceleración en el Arte. Pero la práctica artística necesita cuidado y tiempo de dedicación por parte de los artistas y de la audiencia. Y de reposo.

Me encuentro en un momento en el que necesito compactar mis acciones, focalizarlas y concentrarlas para buscar más la satisfacción personal que la aprobación del exterior.

Dicen que Rubens se murió soñando con Tiziano. ¿Con quién sueñas tú?

No tengo una personalidad soñadora. Persigo incansablemente el desarrollo personal, el conocimiento y busco encontrar situaciones y retos motivadores que no me adormezcan.