
El panorama vitivinícola de México, se proyecta con optimismo hacia 2026, desafiando la tendencia global de contracción del consumo de vino. Mientras otros mercados se reducen,el vino mexicano avanza sostenido por tres fuerzas clave: el orgullo nacional, la mejora continua de la calidad y una relación emocional cada vez más profunda entre consumidor y producto.
El Consejo Mexicano Vitivinícola (CMV) refiere que, en veinte años, el vino hecho en México pasó de 10 % a 39 % de participación en el mercado interno. Ya no es una singularidad en la mesa: es una opción legítima, competitiva y en expansión. Las medallas en concursos internacionales lo respaldan; las bodegas compiten de frente con etiquetas de larga tradición y demuestran que aquí también hay complejidad, estructura y carácter.
El vino ha dejado de ser producto para volverse experiencia: catas que entrelazan arte, territorio y gastronomía; rutas de enoturismo que recorren valles legendarios en Baja California, Querétaro, Guanajuato, Coahuila… y nuevas zonas emergentes que reescriben el mapa.
Las sensibilidades actuales del consumidor impulsan, además, una revolución silenciosa: la sostenibilidad. El riego de precisión, las botellas ligeras, los materiales reciclados y las prácticas agrícolas responsables comienzan a definir el futuro del sector.
Video Recomendado
Sin embargo, los retos permanecen. La llegada de vinos importados a precios bajos —por factores fiscales y cambiarios— complica la competencia, y la producción nacional solo cubre el 30 % de la demanda interna, lo que exige ampliar superficie cultivada, fortalecer cadenas logísticas y consolidar políticas de impulso.
Aun así, las voces más influyentes del universo enológico coinciden en que el vino mexicano posee todo lo necesario para dejar de ser una promesa y afirmarse como una expresión sólida de excelencia y cultura. Un movimiento que celebra la comunidad, la educación y el sentido de pertenencia.
Respaldada por Luis Morones, Wine Manager Sommelier de Grupo Presidente y custodio de la cava más grande de Latinoamérica, la selección Best of the Best es testimonio de esa premisa, y sigue la lógica de una cata guiada, destacando el pulso sensorial que cada vino provoca.
MATICES NOBLES
GRAN RICARDO
VALLES DE GUADALUPE Y OJOS NEGROS, BAJA CALIFORNIA

El color de un vino funciona como una ventana a su esencia: anticipa su origen, su estilo de vinificación y hasta su capacidad de guarda. En el caso de Gran Ricardo, la primera impresión visual es un rojo carmesí profundo, con destellos violáceos y una notable concentración cromática en copa.
Con más de 50 medallas internacionales —entre grandes oros, oros y platas—, este vino reúne algunas de las uvas más emblemáticas del mundo: Cabernet Sauvignon, Merlot, Petit Verdot y Cabernet Franc. Su carácter estructurado y cuerpo aterciopelado nacen en una de las bodegas pioneras del vino mexicano, asentada entre los valles de Guadalupe y Ojos Negros, en Baja California.
LENGUAJE ENVOLVENTE
MARIATINTO
VALLE DE GUADALUPE, BAJA CALIFORNIA

Después de la vista, llega el olfato: ese segundo encuentro en el que el vino comienza a hablar con voz propia. En Mariatinto, el diálogo es complejo y envolvente; su mezcla de Tempranillo, Syrah, Nebbiolo, Merlot y Cabernet Franc despliega una sinfonía aromática que evoluciona con cada respiro.
Al principio, dominan las frutas negras y rojas frescas —frambuesa, zarzamora, ciruela, mora azul— que abren paso a delicadas notas florales de violeta y pétalos de rosa. Luego surgen especias finas, como regaliz, pimienta negra y cardamomo, antes de que la madurez del roble francés deje su huella con aromas de cedro, cuero fresco y café tostado.
Este vino lleva la firma del enólogo Humberto Falcón y del chef Guillermo González Beristáin, una colaboración que entiende el vino como una extensión natural de la cocina y del territorio.
ARMONÍA MEMORABLE
GRAN RESERVA SHIRAZ CASA MADERO
VALLE DE PARRAS, COAHUILA

La grandeza de un vino reside en su armonía: ese equilibrio en el que la estructura, la fruta y el tiempo se entrelazan con natural elegancia. “La Shiraz es una uva neutra, de buena aromaticidad. Este Gran Reserva refleja esas cualidades con un grado de alcohol muy redondo en conjunto con el tanino y la astringencia. Ha pasado 24 meses en barrica de roble y esto también ha contribuido a su armonía, confirmando su riqueza aromática con notas a frutas maduras bien integradas”, comenta Morones.
Proveniente del privilegiado Valle de Parras, este vino galardonado —oro en Vinalies Internationales y en el Challenge International du Vin 2025— encarna la unión entre la nobleza de la uva y de la madera, y la herencia centenaria de Casa Madero.
RITMO EN EL PALADAR
VINALTURA
VALLE DE COLÓN, QUERÉTARO

La delicadeza de la burbuja en los vinos espumosos de Querétaro refleja el dominio técnico alcanzado en una región que ha consolidado su lugar en la vitivinicultura mexicana. En el Valle de Colón, la combinación de altitud y amplitud térmica favorece una acidez natural que aporta estructura y frescura al vino. Este ejemplar, elaborado con partes iguales de Chardonnay y Chenin Blanc mediante el método tradicional y con una crianza de 18 meses sobre lías, muestra una burbuja fina y persistente, aromas de manzana, piña y pan brioche, y una boca seca y equilibrada.
Su carácter —realza Luis Morones— confirma la capacidad del terruño queretano para producir espumosos de notable precisión y elegancia.
EXPRESIÓN DEL TERROIR
HACIENDA FLORIDA
MALBEC
VALLE DE LA FLORIDA, COAHUILA

Expresa con garbo la identidad del norte de México. Este vino tinto se distingue por su vínculo con el terroir coahuilense. Las uvas de Malbec, cultivadas en los suelos de General Cepeda, reflejan la influencia del clima semiárido, la intensidad solar y la moderación de las lluvias, factores que moldean su carácter equilibrado y vigoroso. Con notas a frutos negros maduros, lavanda y violetas, acompañados por sutiles notas de especias, chocolate y café. De cuerpo medio y textura sedosa, sostenida por taninos firmes y bien integrados tras una crianza de 10 a 12 meses en barricas de roble francés y americano.
FINAL Y PERSISTENCIA
HENRI LURTON
NEBBIOLO
VALLE DE GUADALUPE, BAJA CALIFORNIA

Producido con uvas provenientes del Valle de San Vicente, revalida el potencial del vino mexicano en la elaboración de etiquetas de alta precisión. Su paso de 12 meses en barrica deroble francés aporta una estructura equilibrada y una textura afinada, donde se perciben aromas de frutas rojas y negras, con sutiles notas de especias y chocolate.
Su mayor virtud se encuentra en el final: una persistencia larga y definida que prolonga los matices en boca y refleja la madurez del viñedo y la puntualidad en la vinificación. Ese cierre sostenido consolida su reputación como uno de los Nebbiolos más consistentes del Valle de Guadalupe.