
Tras recorrer el huerto y cocinar con mujeres de la comunidad de Punta Islita, saboreo cada bocado con lentitud. Así, descubro sabores sorprendentes y otros que me resultan familiares. Mientras tanto, escucho con atención a quien lidera el servicio: me habla con entusiasmo de lo mucho que disfruta su trabajo. Su sonrisa genuina y la atmósfera serena de aquel lugar quedaron grabadas en mi memoria. Desde allí, contemplé la majestuosa Península de Nicoya, en Guanacaste.
Esta región de Costa Rica forma parte de las llamadas “zonas azules”, por albergar una población excepcionalmente longeva. Título que comparte con Ikaria (Grecia), Loma Linda (California), Cerdeña (Italia) y Okinawa (Japón). A raíz de la gran cantidad de habitantes centenarios que poseen, Galicia (España) también está siendo estudiada para ser certificada bajo este concepto acuñado por el investigador Dan Buettner.

“En estas regiones conocidas por la longevidad de sus habitantes, las comidas suelen ser eventos sociales importantes, donde se come despacio y en compañía, lo que contribuye a una alimentación más consciente y saludable”, comenta Carmen Mera, nutricionista de SHA Spain.
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Aunque los estudios sobre las zonas azules siguen bajo análisis, ofrecen pistas valiosas para repensar el estilo de vida y fomentar una longevidad saludable: no solo en términos de años, sino en calidad de vida. Uno de los pilares de este enfoque es la alimentación consciente, también conocida como mindful eating.
Según Mera, esta práctica consiste en comer con plena atención al momento presente, poniendo foco en las sensaciones físicas y emocionales que provoca la comida, sin juicios ni distracciones. Se trata de reconocer las señales internas de hambre y saciedad, y disfrutar cada bocado.
A diferencia de las dietas tradicionales, que suelen centrarse en restricciones y normas estrictas, el mindful eating propone un cambio de enfoque: uno que da mayor importacia al “cómo” se come.

Es decir, promueve una relación saludable con la comida, basada en la autocompasión y la conciencia corporal, sin culpa ni prohibiciones.
Esta práctica tiene sus raíces en las enseñanzas budistas del mindfulness y fue introducida en Occidente por el doctor Jon Kabat-Zinn a través del programa de Reducción del Estrés Basado en la Atención Plena (MBSR). “En los últimos años, ha ganado relevancia en contextos médicos y psicológicos como herramienta para tratar trastornos alimentarios, obesidad y estrés relacionado con la comida”, añade la especialista graduada en Nutrición Humana y Dietética por la Universidad de Alicante.
Diversos estudios avalan los beneficios que trae consigo esta nueva forma de abordar la alimentación. Uno de ellos, realizado en Japón, analizó cómo el ritmo de la música influye en el acto de comer. Publicado en Nutrients (marzo de 2025), concluyó que los tempos más lentos favorecen una masticación más pausada y una ingesta moderada. “El entorno tiene un impacto significativo en nuestros hábitos alimentarios”, subraya Mera, quien ha forjado una trayectoria enfocada en la nutrición clínica, con especial dedicación a la alimentación vegetariana, las alergias e intolerancias alimentarias, y los desafíos relacionados con la salud digestiva.
Un estudio observacional en el campus de la École Polytechnique Fédérale de Lausanne (EPFL), en Suiza, analizó cómo la formación de lazos sociales influye en las elecciones alimentarias. Los resultados evidenciaron que los participantes que empezaron a comer con personas con hábitos saludables adoptaron conductas similares, destacando el poder del entorno social en la toma de decisiones alimenticias.
UN ENFOQUE PRÁCTICO
La relación emocional con la comida es compleja. En un mundo acelerado, no es raro recurrir a ella como consuelo frente al estrés o la ansiedad. Para revertir esta tendencia, Mera recomienda prácticas como la meditación, el yoga o ejercicios de respiración consciente. También sugiere asignar a la alimentación el lugar que merece en nuestras prioridades, dedicar tiempo a las comidas y aprender a identificar nuestras emociones antes de comer.
Actividades agradables previas a la comida — como pintar, caminar o incluso tomar una ducha— pueden ayudar a reducir la ansiedad y establecer una mejor conexión con el momento de alimentarse.

¿Y por dónde empezar? “Una excelente forma de iniciarse en la alimentación consciente es comer al aire libre, en un entorno tranquilo y natural. Estudios han demostrado que los sonidos de la naturaleza, como el canto de los pájaros o el fluir del agua, reducen el estrés y enriquecen la experiencia de comer”, comenta la nutricionista. Crear un ambiente sereno y dedicar tiempo exclusivo para comer, sin distracciones ni prisas, puede ser el primer paso.
Pero más allá de lo que ponemos en el plato, la clave podría estar en cómo habitamos la vida. Tener un propósito, construir relaciones sanas y formar parte de una comunidad solidaria son, tal vez, los ingredientes esenciales de una vida larga y plena.
La nutrición y la alimentación consciente ocupan un lugar central en el enfoque del centro SHA. Inspirado en tradiciones culinarias milenarias —como la dieta mediterránea y la japonesa—, el modelo alimenticio que se implementa en sus instalaciones se adapta a los ritmos y exigencias de la vida actual. Cada plan se diseña de forma individualizada, con base en productos de temporada seleccionados por su calidad.
Desde su sede en el Parque Natural de Sierra Helada, en Alicante, SHA apuesta también por la divulgación: cuenta con un espacio educativo, The Chef’s Studio, donde se imparten talleres sobre cocina saludable, además de un restaurante, SHAmadi, concebido como una experiencia sensorial.